¿Es la COP28 una simulación, un escaparate para líderes mundiales o un foro donde auténticamente se logran acuerdos políticos?
El hecho de que los Emiratos Árabes Unidos, uno de los mayores productores de petróleo, fuera el anfitrión de la COP28 ya invitaba a concebir una paradoja, en la planteamos que es problemático ser juez y parte de un movimiento de transición de energías renovables, en el que se plantea la reducción de los combustibles fósiles.
Los países productores de petróleo saben de antemano que afrontan la transición a las energías renovables como algo necesario pero indeseable (para sus intereses): ¿cómo se desmonta la base de la economía que te ha hecho crecer, y seguir creciendo bajo nuevas condiciones? En su lógica, una crisis climática no tiene por qué convertirse en una crisis energética que destruiría sus economías y por lo tanto, a su población.
Sin embargo, de antemano hemos asumido lo que hay alrededor de la COP28 con optimismo, y el hecho de que una nación petrolera y que el mismo CEO de la paraestatal de los Emiratos Árabes Unidos sea el organizador de la cumbre, de entrada y sin verlo con suspicacia, nos hace darle el beneficio de la duda. Al final, los hechos hablarán por sí mismos.
Por eso mismo, no sólo aducimos que puedan surgir acuerdos que impliquen compromisos serios y acciones en consecuencia de estos y que, a la vez, haya países que en sus acuerdos presten más atención a lo que dice la letra pequeña, con tal de escabullirse de los compromisos con una mano en la cintura.
En el desarrollo de las discusiones, muchos países en vías de desarrollo argumentaron que los países desarrollados no estaban haciendo lo suficiente para abordar los temas de la crisis climática. Más que nada, la perspectiva es primeramente ética y en segundo lugar técnica: que los países más desarrollados asuman su responsabilidad histórica en el deterioro ambiental y climático y por lo tanto, que su compromiso sea acorde a sus capacidades y cantidad de emisiones.
Precisamente, esta postura provocó que tanto Estados Unidos como la Unión Europea (más los primeros que los segundos), quebraran los acuerdos de la COP27, pues su perspectiva es que todos los países deben de tener un piso parejo, independientemente de sus capacidades y/o “deudas históricas”.
Por lo mismo, uno de los mayores énfasis dados durante la COP28, radicó en el lenguaje de los acuerdos. Primeramente, se hablaba de “eliminación gradual” de combustibles fósiles, lo que puso en alerta a los países miembros de la OPEP. La filtración del comunicado de la OPEP hacia sus estados miembros y países asociados evidenció que los términos del acuerdo serían la clave para sincronizar la voluntad política para un compromiso que podría considerarse como “histórico” por la cantidad de países involucrados.
En el tenor de los países de la OPEP, ¿no será que eliminación gradual es una palabra muy fuerte? ¿No será mejor hablar de “transición” hacia las energías renovables para “alejarse” de los combustibles fósiles? Pues, justamente así es como sucedió.
El documento de 21 páginas establece como tesis central, que este acuerdo es “el principio del fin” de los combustibles fósiles. El pequeño gran detalle de esta afirmación es que no se especifican acciones ni tiempos para cumplir con este propósito, solamente de “triplicar la capacidad de las energías renovables y duplicar las mejoras de la eficiencia energética para 2030”, pero no hay objetivos concretos, formas para evaluar los avances, deadlines o pipelines, nada.
La COP28 efectivamente fue un foro donde se lograron compromisos políticos, pero centrados en el “qué” y no en el “cómo”, y esto último es lo que, en tiempos de incertidumbre y polarización política, requerimos para emprender acciones necesarias y urgentes para un futuro sostenible.